miércoles, 6 de febrero de 2013

Testigo del hombre

El Homo sapiens existía como especie. Y él ya estaba yaciendo bajo las arenas.
Atravesó una glaciación, la última, permaneciendo impasible. La economía depredadora de los cazadores y pescadores fue cambiando a una economía de agricultura y ganadería.  El hombre comenzó a multiplicarse y se cansó del nomadismo. Fue testigo del nacimiento del uso de los metales y del origen de las primeras ciudades. También apareció la escritura mientras él reposaba bajo tierra, en una expectación silenciosa y escondida.
Luego surgieron las primeras civilizaciones: Babilonia, Asiria, el antiguo Egipto, Fenicia, los Hititas. Y poco después los griegos y los romanos. Por encima de él, el viento despeinaba la arena, haciendo que las dunas se muevan en el tiempo como ondas en el mar. Contempló los primeros rasgos del etnocentrismo y del racismo. Presenció la edad media, con su oscurantismo y las cruzadas.
Apareció la imprenta y el renacimiento, y se descubre América, mientras su lomo quedaba momentáneamente al descubierto y se erosionaba con el viento y la arena. Creyó que debería haberle dolido, pero ya no sentía nada. Y su espalda desapareció.
Se sorprendió con la revolución industrial, así como se había sorprendido con el nacimiento de la agricultura. Y la ciencia comenzó su crecimiento exponencial, desde Carl Von Linneo y su Sistema naturae, pasando por la Filosofía zoológica de Lamarck y el Origen de las especies de Charles Darwin. Mientras tanto, él notaba que sus huesos cada año se hacían más débiles.
Se maravilló con el surgimiento del romanticismo y otras ramas artísticas. Vio nacer y morir a miles de pintores, escritores, escultores, músicos y filósofos, con la contrastante quietud de su existencia.
El esplendor del hombre en unos aspectos era proporcional a sus miserias. Así como generaba vida y la valoraba por medio de la ciencia y el arte, se contradecía en su violencia innata. Se conmovió con las guerras Napoleónicas, las del Opio, la de Secesión, la Franco Prusiana. Y luego vendrían más, mientras el sol hacía su rutinaria parábola por encima de las dunas, debajo de las cuales yacía. La guerra de los mil días, la Primera guerra mundial, el genocidio armenio, la guerra del Chaco, la Segunda guerra mundial, la guerra fría, Vietnam, las Malvinas, la del Golfo, entre muchas otras.
También fue testigo del sufrimiento del hombre por terremotos, volcanes y tormentas. Pero además, contempló la mano humana en la declinación del planeta: la deforestación, contaminación, desertización y extinción de especies por esas causas.
Y él siempre allí, en una estática mueca de sorpresa por todo lo que sucedió y sucede a su alrededor, no sabiendo si lamentarse o alegrarse por pasar tan inadvertido del hombre que hace su historia, buena o mala, al pasar los siglos.
Pero todo cambiaría. Tres hombres se acercan. Uno grande, uno muy delgado y uno ni gordo ni flaco. Se agachan a observar parte de sus costillas truncadas por la erosión. Ellos leyeron a Linneo, Lamarck y Darwin. Sacan herramientas de sus mochilas y comienzan a cavar.
Por primera vez en más de 11.000 años el sol encandila sus ojos y logra ver la cara del chico delgado con su gorra de visera hacia atrás asombrarse de tan solo un viejo cadáver. ¿Qué tendré de interesante? se pregunta, mientras recuerda todo de lo que fue testigo.