miércoles, 10 de septiembre de 2008

Blanco incompleto


Abrí los ojos. La casi inmaculada habitación, bañada de una zumbante luz fluorescente, estaba casi vacía. Completamente blanca, exageradamente blanca, casi lastimaba mis pupilas. El piso, las paredes, la puerta y el techo del color que representa la pureza. Hice un tímido examen del lugar girando con lentitud mi cabeza. El piso era de cerámica y sostenía como únicos mobiliarios a un escritorio y una silla –donde estaba yo sentado--, ambos blancos también. El escritorio estaba al lado del cadáver vestido con una bata blanca, con tres cuartos de la cabeza todavía unida al cuerpo. El cuarto restante estaba esparcido en el piso y eran las únicas manchas del la casi inmaculada habitación. El zumbido del tubo fluorescente me enloquecía. Sobre el escritorio había una escopeta, y el olor de la pólvora todavía estaba fresco. Llevé los dedos a mi nariz, y sentí el aroma de la desesperación. Pasé las yemas por mi camisa blanca con algunas manchas carmesí, tratando de que la pólvora que había en ellas desaparezca. Me di cuenta que estaba haciendo una mueca con la boca y traté de recomponerme.
Era claro que yo había matado a ese hombre, que ni siquiera sabía quién era. Bueno, ni siquiera sabía quién era yo. ¿Estaba en alguna institución psiquiátrica? Era una posibilidad, esas batas blancas que llevábamos parecían algún tipo de vestimenta propia de esos lugares. Detrás de la puerta se oían voces y pasos. No entendía qué decían, por Dios, no quise enterarme. ¿Qué había hecho? Comenzaron a oírse golpes a la puerta, luego topetazos en un intento de romperla e ingresar. Estaba perdido. Nunca sentí tanto terror como el que tuve en ese momento. Ya casi lograban entrar, la madera estaba cediendo, la oí gemir y quejarse al seguir los espantosos golpes. ¡Dios! ¡Maldito zumbido, quería destrozar ese tubo fluorescente!
La herida puerta se abrió, giró sobre sus goznes y golpeó contra la pared, dejándole una punzada. Tres personas entraron a la habitación privada de su pureza, de blanco incompleto por la sangre que yo hice derramar. Un guardia, un hombre de túnica blanca –médico supongo-- y una mujer. El guardia, que portaba una pistola, se puso la mano en la boca y abrió exageradamente los ojos. El médico casi no reaccionó y la mujer se tomó la cabeza y gritó desesperadamente, a la vez que cayó de rodillas. Yo quería pedir perdón, pero nadie siquiera me miró. Si, yo lo maté, yo usé esa escopeta y le volé la cabeza y su vida. ¡Zumbido de mierda, no se detenía, no salía de mis oídos! ¡No dejó de atosigarme! Comencé a llorar, agaché la cabeza y me la tomé con las manos, con las que sentí algo viscoso. El pedazo de cabeza que me faltaba estaba regado en la cerámica blanca del piso. Al darme cuenta de que era yo en el suelo y era yo en la silla, como testigo privilegiado de tal obra, comencé a desaparecer, todavía viendo a las tres personas y a mi cadáver desplomado en el blanco incompleto de una casi inmaculada habitación. Y aún tengo el zumbido penetrante y acusador en los oídos de mi alma, liberada por mis propias manos.

1 comentario:

Unknown dijo...

Q bien q escribis mi amorrr! sos un exelente escritor, estoy muy orgullosa de vos.
TE AMO MUCHO!!!

Ely Z.