jueves, 5 de febrero de 2009

Esporas blancas con tus penas


La calle estaba helada, más de lo normal en nuestro invierno meridional. La temperatura acariciaba los cero grados centígrados. A paso firme me dirigía a la estación de trenes. No quería dejar de moverme para no perder el poco calor que generaban mis músculos. Me dolían las mandíbulas de tanto presionar molares con molares, como respuesta al frío.
 Pasé por esa casa vieja, con el frente grisáceo, manchado por el humo de los autos y colectivos que pasaban con insistencia, y unas ventanas abiertas que daban a una sala, según pude adivinar entre las cortinas. Una mesa, cuatro sillas y un sillón eran los únicos mobiliarios que reposaban sobre el parqué color caoba.
 Mi tren salía en diez minutos. Saqué el celular del bolsillo de mi campera para ver la hora, me quedaban nueve minutos y veinticinco segundos, para ser más exacto. A pesar de esto, me detuve en esa ventana, porque sobre ese sillón de la sala estabas vos, acurrucada, con tus rodillas pegadas al pecho y tus manos abrazándolas. Quizás necesitabas ese abrazo. Con la cabeza levemente inclinada y los ojos extraviados mirabas una nada que estaba sobre ninguna otra cosa. Un perro color crema y muy delgado se acercó, te olfateó las manos y se retiró. Era una hembra, no lo había notado. En ese momento cayó sobre mí la sospecha de que esa perra era quizás quien más te entendía, pero nunca lo sabré. Tomé el celular nuevamente, seis minutos y cuarenta y cinco segundos faltaban, y dos calles por recorrer hasta la estación, pero seguí mirándote, aunque algunas personas que pasaban por la vereda me miraban con gestos de desconfianza.
 Comencé a preguntarme porqué estabas allí, entumecida en una pena que yo no conocía. ¿Alguien había muerto? ¿Alguien te dejó? ¿Perdiste tu trabajo? ¿Extraviaste la brújula que te guía? Tantas conjeturas que yo, un ignorante de tu vida, una sombra más que pasa por tu ventana, no podía aseverar.
 Pusiste una mano en tu frente, con el pulgar y el índice en tus sienes y cubriste tus ojos con la palma. Pequeños y dolorosos espasmos en la boca de tu estómago desataron, como liberando un animal salvaje, el llanto. Las lágrimas veía caer, llorando ellas también, por detrás de la mano que tapaba tus ojos marrones, del mismo tono del parqué, caoba. En ese mismo instante, como una increíble excepción de la naturaleza, comenzó a nevar. Pequeños copos, esporas heladas de cristal blanco, caían dubitativos a su muerte en el suelo. Vos, con tus penas, enormes penas, entumeciste las nubes, las enfriaste y ellas te acompañaron con sus lágrimas de perfectos cristales. 
 Yo ya perdí mi tren, voy a llegar muy tarde y con los pies gélidos, pero siento un calor muy hermoso por haber acompañado, en forma anónima y escondida, a otro corazón que gritaba por un abrazo.

2 comentarios:

Leandro Wainberg dijo...

al fin un update! y muy bueno! pero a ver cuando empezamos con el material nuevo :P

Taller Literario Kapasulino dijo...

realmente me gusto!
hay mas material? Buenisimo! Publicalo ya!